Me encuentro de nuevo aquí, en el mismo lugar en el que hace muchos años entré siendo casi un niño. Donde las ilusiones se agolpaban dentro de mi corazón. Ese mismo que se me aceleraba cuando mis profesores me preguntaban una declinación, un teorema o una conjugación. El que latía sin control, porque ella me miraba y me sonreía, y luego le sonreía yo.
En estos mismos pasillos, en este mismo suelo, al cruzar sus puertas, al mirar por sus ventanas, al oír el susurro que por ellas entra, aún me parece oír a mis profesores, algunos inolvidables, pero a los que siempre nombrábamos poniendo delante "doña" o "don": doña Leonor, don Martín, don Antonio, don Jesús (Carretero), doña Concha... o al siempre entrañable don Vicente (Gascón). Con el tiempo crecimos, y sin perder nunca el respeto hacia ellos, algunos nos permitieron nombrarles "de tú", aunque el apellido venía dado por la asignatura que cada uno nos enseñaba: Alfonso el de Literatura; Julián, el de Griego; Susi, la de Arte; Fernando, el de Filosofía; Amalio, el de Historia... Gente joven, con poco más de treinta años la mayoría, que en aquella época (finales de los 70 y comienzos de los 80) no sólo enseñaban sus materias. Hablaban del valor de la libertad y de la importancia de conservarla, como garantía del progreso que deberíamos todos lograr.
En mi viejo y querido instituto conocí a muchos de mis amigos. A algunos, por suerte, aun conservo; pero a otros los he ido perdiendo, porque se fueron lejos o para siempre, pero a los que nunca olvidaré.
Un día me marché, sin saber si volvería otra vez. Os aseguro que con los años se mantuvo en mí la nostalgia de aquellos años en los que la adolescencia sí era ingenua; en los que no sólo se enseñaba lo que estaba en los libros sino que uno aprendía a hacerse mayor.
Hoy me encuentro de nuevo en mi viejo y querido instituto. Ahora hay otros jóvenes, que mantienen viva más de una ilusión. Y pronto, casi sin darnos cuenta, se marcharán.
Y, muchos de ellos, recordarán que un día entraron siendo niños, y que estuvieron aquí, como también estuvimos tú y yo...
Y, muchos de ellos, recordarán que un día entraron siendo niños, y que estuvieron aquí, como también estuvimos tú y yo...
Mi querido Instituto en 1971
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ResponderEliminarPrecioso relato con el que me identifico
ResponderEliminarPrecioso relato con el que me identifico
ResponderEliminarGenial relato!
ResponderEliminarGrandes recuerdos dentro de esas paredes.
Un gran centro, me gustaria saber el nombre completo de Carlos Lobo
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