lunes, 18 de noviembre de 2013

Recordando.



IIª EDICIÓN DE LA CREACIÓN DEL RELATO CORTO.

“RECORDANDO”.

¿Cómo es posible tanta frialdad ante un hecho así? ¿Cómo es posible tanta crueldad por parte del ser humano? No dábamos crédito a lo que estaba pasando. Sofía y yo, envueltos en una muchedumbre, intentábamos sin éxito socorrer a los más débiles.


De repente la multitud nos empujó y casi nos caemos. Entonces, se nos derramaron por el suelo algunas provisiones y los más rápidos fueron a cogerlas. Esas provisiones eran para los más necesitados y teníamos que regresar por ellas al campamento. Un hombre muy extraño nos guió hasta él y nos aseguró que allí estaríamos a salvo hasta que se aplacara la multitud. Permanecimos allí unos minutos y, cuando todo estaba más tranquilo, cogimos las provisiones y fuimos a llevárselas a los demás.

Al regresar al lugar de lo ocurrido, nos percatamos de que allí había un almacén grande, oscuro, y con la puerta entreabierta. Entramos con cautela y, mientras lo explorábamos, entraron dos hombres armados dando fuertes voces, encendiendo las luces e intentaron atacarnos. Nos ataron las manos y pudimos observar, ya con la luz, que en un apartado del almacén había personas con aspecto andrajoso y muy débiles. Nos miraron con ojos de súplica: podíamos ser su salvación. Cuando se fueron los que nos ataron, intentamos desatarnos y, por fin, lo conseguimos. Cogimos los alimentos y fuimos rápido a socorrer a los retenidos. Se ponen a comer ansiosamente y los sacamos del almacén lo más rápido que pudimos, ya que algunos estaban muy débiles.


Nos dirigimos a un bosque para buscar un lugar seguro. Encontramos un refugio donde había personas que podían ayudarnos. Ellos pudieron cambiarse de ropa, y los que estaban más enfermos fueron atendidos con mayor atención. Sólo nos quedamos allí el tiempo que necesitaron para su recuperación los más enfermos.

Regresamos todos a la plaza de la aldea, donde sucedieron hechos tan crueles: maltrataron a los vecinos y algunos fueron asesinados, a las mujeres las violaron y los niños fueron separados de sus padres y llevados a no sabemos dónde; incendiaron sus casas…¡Cuánto dolor al recordar tanta crueldad!

Sofía y yo, al recordarlo, se nos ponían los pelos de punta. Recordar todo el dolor y el sufrimiento que se veía en la imagen de aquella plaza. Cuando volvimos el mes pasado con unos niños que querían restaurarlo, nos preguntaron que si le podíamos contar la historia completa, y así hicimos. Cuando acabamos de contar la historia, todos los niños estaban asombrados con la crueldad de algunas personas. Así que todos se levantaron y se pusieron a limpiarla. Al acabar de quitar todas las cosas viejas, se pusieron a pensar cómo poder darle otra imagen a aquella aldea, que hace tiempo había vivido un hecho cruel.


Restauramos todas las casas, las pintamos y les hicimos un nuevo tejado. Pero eso no podía quitarnos de la cabeza aquella horrible historia. Entonces, para seguir cambiando aquello talamos todos los árboles y plantamos enormes y verdes. Era una imagen nueva de la aldea. No tenia nada que ver con la antigua.
Todos los habitantes del pueblo estaban asombrados con esa nueva imagen. Hicieron una fiesta para celebrarlo, aunque algunos habitantes seguían sin olvidar aquellos horribles momentos. ¿Qué más podríamos hacer para olvidar aquellos horribles momentos?

Todos estábamos muy contentos por la reconstrucción de toda la aldea. Las familias pobres de la aldea mejoraron su situación.
Un día, pensaron exponer la aldea al mundo entero, como una de las aldeas más bonitas e importantes, para poder optar a un premio. Cuando la intentaron exponer se dieron cuenta que no había ningún premio, todo se lo había inventado un aldeano. Cuando Sofía y yo vimos al aldeano que se lo inventó, recordamos su cara, pues era el secuestrador que se había escapado de la cárcel y quería entretener a los aldeanos para volver a destruir la aldea.

El secuestrador, al principio no se dio cuenta de que los aldeanos lo reconocieron. Pero cuando lo hizo se adentró en el bosque que estaba en los alrededores de la aldea, ya que los aldeanos lo intentaron perseguir. Una vez en el bosque, se cayó dentro de un agujero sin salida y muy profundo, en el que había huesos humanos.



El secuestrador al verse a oscuras y con un montón de huesos a su alrededor, intentó averiguar la salida. En el agujero había diversas piedras que le podrían servir como escalera y salir. Los aldeanos, mientras, fuera, estaban con palos, piedras,…esperando su salida.
El secuestrador no sabía que hacer, pues si salía, los aldeanos lo detendrían, pero no se podría quedar allí eternamente, pues moriría de sed y de hambre. Pensó que sería mejor entregarse.

Cuando salió, empezó a correr. Los aldeanos le siguieron, pero el secuestrador los distrajo, escondiéndose detrás de un árbol. Los aldeanos no lo encontraron, y consiguió escapar. Se hizo de noche y salió a buscar refugio. El secuestrador tenía mucha hambre. Buscó comida y se encontró con un jabalí y lo mató. Después hizo una candela y se lo comió.

Cuando se hizo de día, el secuestrador se despertó con el canto de los gallos. Miró si había algún aldeano, pero afortunadamente para él, no había nadie. Se fue de aquel refugio. Mientras iba caminando fue pensando en lo que había hecho, y se dio cuenta que había sido un hombre malo. Fue hacia la aldea y pidió perdón a los campesinos. Nada más escucharlo lo perdonaron.


Los aldeanos le propusieron una serie de tareas a realizar: barrer el pueblo, ayudar a los aldeanos que lo necesitaran, entregar todo lo robado, cuidar de los niños mientras que los padres trabajan y finalmente ayudar al cura a realizar sus tareas. Todos los aldeanos se reunieron un día en la plaza del pueblo y decidieron terminar la reconstrucción del pueblo. Para los niños que se quedaron huérfanos decidieron construir un refugio para que pudieran vivir. El se ofreció voluntario para dirigir el refugio.


Una noche llegó al refugio del pueblo su hermano gemelo. Metió al hermano bueno en el sótano y se hizo pasar por él. Convenció a los aldeanos que lo mejor era dar en adopción a los niños a familias de alto poder adquisitivo. Pero en realidad, su idea es aprovecharse de ellos llevándose a estos niños a la India, para trabajar y explotarlos laboralmente en empresas textiles, y los empresarios le pagaban a él dinero por cada niño. El negocio iba viento en popa. Los aldeanos confiaban en su buena obra, hasta que un día su hermano, que llevaba cuarenta días en el sótano, consiguió hacer un túnel, y pudo salir al jardín. 

 El convocó a los aldeanos y les explicó todo lo sucedido. Les contó lo que su hermano estaba haciendo. Fueron todos al refugio, y cuando el hermano impostor, los vio llegar, huye.
Al día siguiente convocaron una asamblea para decidir que hacer. Todos optaron por ir a buscar a los niños, pero ¿quiénes irían a la India? Decidieron que fueran el Alcalde, y nuestro protagonista, que se llamaba José Juan.

A medianoche, pusieron rumbo a la India. El viaje se hizo largo y pesado. De madrugada llegaron al hostal Continental para descansar.

Las habitaciones presentaban un aspecto deplorable: cucarachas, telarañas, mugre en las cortinas, filtraciones en las paredes, etc. No consiguen conciliar el sueño, pues en la parte de arriba se escuchaban muchos ruidos y pasos. El alcalde bajó a recepción, para pedirle al recepcionista que subiera a darle un aviso a las personas que se hospedaban  encima. Dio al timbre varias veces, pero tras un tiempo prudencial decidió subir él mismo. Cuando va a llamar a la puerta, se da cuenta que esta está entreabierta. Le recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Tiene pánico.
- ¿se puede?- dijo el alcalde con voz temblorosa. Allí no contestaba nadie. Ventanales abiertos, muebles rotos, y manchas de sangre por la habitación.

Tras esto, corrió escaleras abajo a llamar a José Juan. Este estaba dormido. El alcalde lo despertó con inquietud. Se despertó sobresaltado. El alcalde le contó todo y estos volvieron a subir.
José Juan se quedó petrificado al ver la escena, pues intuía que había pasado algo malo. Entraron sigilosamente en la habitación. Hacía frío. En una esquina yacía un hombre moreno, ensangrentado, con las manos sobre el abdomen para taponar la herida.  Cuando se acercaron a él, agonizando dijo: “ha sido él”, señalando con el dedo índice a José Juan. Estos quedaron desconcertados al escuchar la declaración. Pensaron que como había perdido tanta sangre, estaba delirando. Poco después, el hombre muere.
Antes de marcharse de la habitación, tropezaron con una carpeta. José Juan la cogió y la abrió. En ella se encontraron documentos sobre contratos falsos para niños menores que trabajaban en fábricas textiles de este país. En los documentos había fotos y datos de todos los niños que habían salido de su aldea, y que estuvieron a su cargo en el Refugio. Podíamos ver la firma de su hermano, Isaac Quintero. Ahora entendíamos por qué había muerto este hombre. Era un policía indio que estaba siguiendo los pasos de Isaac y su red, y el negocio de niños robados. Decidieron no hablar con la policía india. Se quedaron con las pruebas, y esa misma noche se marcharon del hostal. Nadie los vio salir.

Abandonaron la India y volvieron a su país con todas las pruebas. Pero tras ellos iba la red mafiosa que pretendía recuperar las pruebas.

Pero José Juan decidió ocultar las pruebas en un viejo túnel, de una mina abandonada, cerca de la aldea. Se dejó ver por la aldea. Al día siguiente tomó su coche para despistar a los mafiosos y alejarlos de las pruebas.
Los mafiosos estuvieron siguiéndolo durante varios días, hasta que lo perdieron de vista. Al no encontrarlo, fueron a su antigua aldea. Allí presionaron a los habitantes para poder saber donde se encontraba José Juan. Los mafiosos amenazaron a los aldeanos  y les dijeron que si en un plazo de 5 días no aparecía, empezarían a matar gente del pueblo, hasta que apareciese José Juan.

Cuando José Juan no pudo con la presión, y para evitar derramamientos de sangre, decidió presentarse, con unas pruebas falsas. Los mafiosos cogieron las pruebas, y, a José Juan como rehén. Se lo llevaron a la ciudad, y una vez allí, se refugiaron en el piso franco que la banda tenía en la ciudad. Esperaron al cabecilla del grupo para entregarle las pruebas. El cabecilla no era otro que su hermano gemelo, Isaac Quintero. José Juan al ver que era su hermano se temió lo peor, ya que su hermano reconocería los documentos falsos. Isaac se lo esperaba y empezó un proceso de tortura para que confesara donde se encontraban los verdaderos documentos. Al saber que no iba a declarar, decidieron ir a por una amiga de José Juan de la infancia, que se llamaba Rocío. Al final, al ver que eran falsas y que Isaac amenazaba con matar a Rocío, José Juan dudó, pero se mantuvo firme, porque él sabía que Isaac estaba enamorado de Rocío. Sabía que con Rocío, Isaac sería amable y cariñoso. Isaac se vino abajo y dejó libre a José Juan.
Al final, los aldeanos, ayudados por José Juan, llevaron las pruebas al juez. Condenaron a Isaac a cien años de cárcel. Una patrulla de la policía rescató a Rocío.




Pero a Isaac le quedaba una última carta, y cuando creía que le iban a detener para llevarlo a la cárcel, se atrincheró en su piso y antes de que la policía asaltara la vivienda activó el botón de una bomba. ¿Qué tipo de bomba sería? ¿Quizás una bomba nuclear? ¿Qué alcance tendría? ¿Cuántos morirían? Mientras todos permanecíamos tensos, sin aliento, y temiendo lo peor, podíamos escuchar las risotadas enloquecidas de Isaac dentro de la vivienda. Sólo nos quedaban 5 minutos, cinco minutos para todo, para una eternidad, para un último análisis de nuestras vidas.

Y cuando todo parecía ser el fin del mundo, al menos el nuestro, una heroína anónima, y desde dentro, se encargó de cortar el cable azul que nos liberaba de nuestros pesares.
Solo, ¡Gracias Rocío!

FIN.

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